Exclusivas Zuazu
Miscelánea de noticias comentadas, sucesos varios y cosas que le pasan a uno (y a otros). Escritas a la manera de El Zuazu, lo cual no es malo ni bueno sino todo lo contrario.
martes, 27 de noviembre de 2012
Diario de Otoño (IV)
jueves, 15 de noviembre de 2012
Diario de otoño III
Cansancio. De las cosas, de las personas, de las noticias. Y sobre todo, de mí mismo. En nuestra inercia mental, creemos que nada cambia en lo esencial y que todo porfía por seguir igual. Seguimos siendo egoístas, vamos a lo nuestro, se nos da una higa lo que le pase al prójimo, al próximo. Con un poco de suerte, estaremos al quite si algo le ocurre a un ser querido; pero qué nos importa lo que le ocurra al Otro, así, con mayúsculas.
Y sin embargo, la alternancia de estaciones revela para el ser atento una ley natural inalterable que ya observó Heráclito: todo cambia.
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Amar y sentirse amados, no hay más. Ni debería haber menos.
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El poeta se distingue por ser capaz de ver el mundo en un grano de arena. O eso decía Blake.
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lunes, 5 de noviembre de 2012
Diario de otoño II
Nos han vendido la presunta importancia de la caída del caballo de Pablo de Tarso, pero nada nos dijeron de la de Montaigne, a todas luces más trascendente. Sin esa caída, a los 35 años, el Señor de la Montaña quizá no hubiera escrito uno de los libros capitales de la cultura occidental. Es a partir de ese momento en el que constata en primera persona la fragilidad de la vida, la omnipresencia de la muerte y la banalidad de los humanos asuntos. En definitiva, Michel Eychem de Montaigne siente la necesidad de retirarse de la vida pública, sintiéndose interpelado -sin él saberlo- para resucitar de forma insuperable el género del ensayo. Por lo demás, su caída del noble equino no sólo dará lugar a uno de los capítulos más potentes del libro, sino que estará presente en el propio proceso de escritura (así, sus pensamientos serían como "un caballo desbocado").
domingo, 21 de octubre de 2012
Diario de otoño
Mi querida C. me envía unos relatos para que le de mi opinión. Es jurado de un concurso literario que exige, para poder participar, la inserción de una determinada palabra en el texto. Mal empezamos: diríamos -si fuéramos expertos en comercio- que con barreras de entrada. Claro que están los libros juguetones del Oulipo, en donde no aparece la "a", o aquellos otros que exigen palíndromos sin tasa, o cuarenta variantes sobre el mismo tema (Queneau y sus "Ejercicios de estilo"); pero esa es otra historia. En fin, leo relatos forzados (¿o serán forzosos?), en el que la palabra exigida aparece veinte veces, y otros en los que figura casi anecdóticamente; casi todos son rematadamente malos. De diez leídos me quedo con uno o dos a los que premiaría sin sentir vergüenza, no sé si propia o ajena.
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Aparco en doble fila. Le doy de refilón a un coche, y veo a través del espejo retrovisor que hay alguien dentro, en el asiento del conductor. Bajamos ambos del coche, y después de escucharle un rato -pero hombre, con todo el sitio que había, mira lo que has hecho (apenas un rasguño, todo sea dicho)- le respondo que toda la culpa es mía y que firmo lo que sea menester. El buen hombre se me queda mirando, como si esperara un poco más de bronca, y acaba por hacerme un señal que indica que todo está bien.
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Después de leer los inolvidables diarios de Tolstoi, nada más lógico que enfrentarse a los de su mujer durante casi medio siglo, Sofia Tolstoia. Llevo veinte años de su vida puestos en blanco y negro (aunque hay años en los que no escribe, o en los que apenas hay una entrada) y todo se resume en una palabra: amargura. Parece no disfrutar de nada, teniéndolo todo (cultura, hijos, tierras, casas, títulos, visitantes, si bien no todos interesantes). Espera de Tolstoi un amor constante, íntimo y exclusivo; cualquier desavenencia conyugal o un alejamiento puntual (el conde viaja bastante por la zona), convierte su vida en algo desgraciado. No debió ser feliz, y al final pasó lo que pasó. Y comprendemos que, si no es fácil vivir con cualquiera, la vida con alguien tan genial y contradictorio como lo fue Tolstoi exige distancia y sobre todo un humor a prueba de bombas.
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El otoño ha entrado, también en el ánimo.
jueves, 18 de octubre de 2012
Yoknapatawpha
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Se busca hipocorístico para una corista que quita el hipo.
martes, 31 de enero de 2012
Apuntes (3, e basta)
"Mehr Licht!" ("¡Más luz!"), dicen que dijo Goethe poco antes de morir. Se non è vero...El caso es que visité su casa en Weimar y contemplé el sillón desde donde pudo decir esas pocas y sustanciosas palabras. Y juro que me sentí iluminado.
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lunes, 9 de enero de 2012
Apuntes (2)
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No aspiro a mucho:
quitarme los zapatos
y leer al sol
(haiku benidormí)
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En el libro de Jaime Jaramillo titulado "Método rápido y fácil para ser poeta": el buen poema es un vómito de piedras preciosas.
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Desde los tiempos del bodrio aquel de Glauber Rocha no había visto una película tan lamentable como la última de Lars von Triers. Hablo de "Melancholia". Pretenciosa, inverosimil, absurda. Me va a pasar como con Almodóvar, del que ya sólo vuelvo a ver alguna película de hace años, antes de que se echara a perder. Y no es sólo por hacer caso a Carlos Boyero...
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Veo en las noticias las imágenes del crucero encallado frente a las costas de la isla de Giglio y pienso en una ballena varada. Y claro, el capitán italiano poco tiene que ver con Ahab, el mítico perseguidor de Moby Dick, sino con lo más hortera, estúpido y absurdo que anida en la condición humana.
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Advertencia (que suscribo sin fisuras) en las fichas de las películas proyectadas en los valencianos cines Babel: "Está prohibido entrar comida o bebida en las salas de proyección, en beneficio de los espectadores y por respeto a los autores de las películas". Impecable.
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Apuntes para una mitología personal: No somos tan sólo adoradores de Ra; también nos postramos antes Kairós, ese dios inasible (¿Y qué dios no lo es?) del momento oportuno.