martes, 27 de noviembre de 2012

Diario de Otoño (IV)



Quicquid conabor dicere, versus erit. Cualquier cosa que se diga, será transformada en verso. Y cómo nos gustaría poder convertir cualquier trasunto humano en poesía verdadera, perdurable. Pero para eso hay que tener talento, además de sentimiento.


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Entramos en un restaurante vegetariano. Lo lleva un Hare Krishna, así que hay garantías de que la comida estará hecha con cariño y con buenos ingredientes. No tengo hambre, y nada detesto más que comer sin apetito. Pero me propongo comérmelo todo, más por reconocimiento a la labor bien hecha que por educación. Después de tres platos, estoy saturado. Pero contento. Y se me ocurre que, probablemente, en ese inesperado local alicantino haya más diversidad en el paisanaje que en cualquier otro local de la ciudad.

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Las celebraciones navideñas, el escenario ideal para conocer cómo andan las relaciones interfamiliares.

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Hay libros que nos hacen perder el tiempo durante horas y otros que, en unos minutos, nos conceden una alacridad impensable. Así "Más realidad", de Miguel Ángel Arcas:

Siempre se regresa a otro lugar.
Nunca se vuelve del mismo sitio.

El aburrimiento envejece.

El verdadero rostro se ve en el sueño, en la lascivia y en la muerte.

La música nació para combatir el miedo,
para eludir el pensamiento,
para sobrevivir a la noche.

Es preferible el brote verde de las ideas
que el tronco seco de la convicción.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Diario de otoño III


Cansancio. De las cosas, de las personas, de las noticias. Y sobre todo, de mí mismo. En nuestra inercia mental, creemos que nada cambia en lo esencial y que todo porfía por seguir igual. Seguimos siendo egoístas, vamos a lo nuestro, se nos da una higa lo que le pase al prójimo, al próximo. Con un poco de suerte, estaremos al quite si algo le ocurre a un ser querido; pero qué nos importa lo que le ocurra al Otro, así, con mayúsculas. 
Y sin embargo, la alternancia de estaciones revela para el ser atento una ley natural inalterable que ya observó Heráclito: todo cambia. 
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¡Lo he experimentado tantas veces! En momentos de frustración, o de ofuscación, hay que salir en búsqueda de la naturaleza. Y sí, atendemos a los cantos de los pájaros, al ocaso, a la compañía tranquila de los árboles. Y así, el milagro opera en nosotros y nos sentimos parte de algo más grande que nosotros mismos. 

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Amar y sentirse amados, no hay más. Ni debería haber menos.

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El poeta se distingue por ser capaz de ver el mundo en un grano de arena. O eso decía Blake.

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Me desperté pensando en Obama. ¿Habría ganado? Puse la radio, y escuché su voz. Estaba terminando su discurso; es decir, había ganado. Respiré profundamente. Por la tarde, quedé con el amigo J. y, después del cine, le pregunté si estaba contento con la victoria del demócrata. "Me da igual quien gane", dijo. "Su victoria no influye en lo que pasa o pase aquí, en España". No estoy de acuerdo. Hablamos de la -todavía- principal potencia mundial, y de alguien cuyas decisiones influyen en todo el mundo. Su actitud frente a Irak, Afganistán, su plante frente al fascista de Netanyahu; su decisión de ofrecer la sanidad a las capas más desfavorecidas de los EE.UU; y porqué no su talante, su conocimiento del mundo, su oratoria creíble y apasionada. ¿Nada de eso cuenta? Su oponente, otro Bush solo que mejor vestido; pero con las mismas ideas reaccionarias y elitistas. Cómo no preferir a uno que al otro. Y el estupor de leer que mi admirado Clint Eastwood apoyaba al mormón por ser un "decente hombre de negocios"; se ve que no todos saben envejecer con sabiduría.

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Y como en el verso del clásico, siempre mañana y nunca mañaneamos.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Diario de otoño II



Nos han vendido la presunta importancia de la caída del caballo de Pablo de Tarso, pero nada nos dijeron de la de Montaigne, a todas luces más trascendente. Sin esa caída, a los 35 años, el Señor de la Montaña quizá no hubiera escrito uno de los libros capitales de la cultura occidental. Es a partir de ese momento en el que constata en primera persona la fragilidad de la vida, la omnipresencia de la muerte y la banalidad de los humanos asuntos. En definitiva, Michel Eychem de Montaigne siente  la necesidad de retirarse de la vida pública, sintiéndose interpelado -sin él saberlo- para resucitar de forma insuperable el género del ensayo. Por lo demás, su caída del noble equino no sólo dará lugar a uno de los capítulos más potentes del libro, sino que estará presente en el propio proceso de escritura (así, sus pensamientos serían como "un caballo desbocado").

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Siempre que voy a El Aleph salgo confortado. No me refiero a la lectura del relato de Borges (que también), sino a esa librería de Ferraz donde uno encuentra siempre lo que busca y, lo que es más importante, también lo que no buscaba pero que le estaba esperando sin saberlo. Y como quien atiende es gente leída (recuerdo ahora que fui hace poco a la FNAC y pregunté por un libro de Jorge Edwards; tuve que escribírselo al vendedor que me atendía porque ni le sonaba), uno siente algo parecido a la alegría cuando comprueba que puede hablar y escuchar en un idioma común. El de los libros. 

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La dictadura de los niños (o de los padres, seguramente peor educados que ellos): uno va a una exposición y tiene que asistir al llanto, griterío y correrías de esos locos bajitos (Serrat dixit), sólo porque los padres no tienen con quién dejarlos y/o porque luego quieren darse el pisto de que han estado viendo la exposición tal o cual. Si este fuera un país serio, a esa gente habría que echarla del lugar, de la misma forma que habría que sacar de las orejas a los pasajeros del tren que se pasan el rato molestándonos con conversaciones que no nos interesan (y que, dicho sea de paso, son de lo más idiota que uno pueda escuchar).

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Ni completa soledad ni constante compañía, sino el justo medio (que vaya Vd. a saber dónde se encuentra).  

domingo, 21 de octubre de 2012

Diario de otoño

                                                      

Mi querida C. me envía unos relatos para que le de mi opinión. Es jurado de un concurso literario que exige, para poder participar, la inserción de una determinada palabra en el texto. Mal empezamos: diríamos -si fuéramos expertos en comercio- que con barreras de entrada. Claro que están los libros juguetones del Oulipo, en donde no aparece la "a", o aquellos otros que exigen palíndromos sin tasa, o cuarenta variantes sobre el mismo tema (Queneau y sus "Ejercicios de estilo"); pero esa es otra historia. En fin, leo relatos forzados (¿o serán forzosos?), en el que la palabra exigida aparece veinte veces, y otros en los que figura casi anecdóticamente; casi todos son rematadamente malos. De diez leídos me quedo con uno o dos a los que premiaría sin sentir vergüenza, no sé si propia o ajena.

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Ayer repasé con M. todos y cada uno de los ministros del gobierno. No se salvó ni uno. El que no era idiota declarado, era un bocachancla o un ultramontano; y la que no mostraba maneras de meapilas, era una incompetente de cuidado. Todo ello rematado con un presidente (me niego a escribirlo con mayúsculas) inoperante, huidizo, y que se fuma puros mientras pasea por una avenida de Nueva York mientras la comitiva lacayuna le ríe las gracias.

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Aparco en doble fila. Le doy de refilón a un coche, y veo a través del espejo retrovisor que hay alguien dentro, en el asiento del conductor. Bajamos ambos del coche, y después de escucharle un rato -pero hombre, con todo el sitio que había, mira lo que has hecho (apenas un rasguño, todo sea dicho)- le respondo que toda la culpa es mía y que firmo lo que sea menester. El buen hombre se me queda mirando, como si esperara un poco más de bronca, y acaba por hacerme un señal que indica que todo está bien.

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Después de leer los inolvidables diarios de Tolstoi, nada más lógico que enfrentarse a los de su mujer durante casi medio siglo, Sofia Tolstoia. Llevo veinte años de su vida puestos en blanco y negro (aunque hay años en los que no escribe, o en los que apenas hay una entrada) y todo se resume en una palabra: amargura. Parece no disfrutar de nada, teniéndolo todo (cultura, hijos, tierras, casas, títulos, visitantes, si bien no todos interesantes). Espera de Tolstoi un amor constante, íntimo y exclusivo; cualquier desavenencia conyugal o un alejamiento puntual (el conde viaja bastante por la zona), convierte su vida en algo desgraciado. No debió ser feliz, y al final pasó lo que pasó. Y comprendemos que, si no es fácil vivir con cualquiera, la vida con alguien tan genial y contradictorio como lo fue Tolstoi exige distancia y sobre todo un humor a prueba de bombas.

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El otoño ha entrado, también en el ánimo. 





jueves, 18 de octubre de 2012

Yoknapatawpha


No me gusta Faulkner. O llamadle Falkner, su apellido original antes de que el sureño decidiera distinguirse por medio de una "u" (la pregunta inmediata es si uno puede distinguirse con esa clase de estupideces). Y sin embargo, me encanta el nombre que eligió para acoger su geografía de ficción: Yoknapatawpha. Las otras conocidas, Región, Macondo, Celama, Santa María...No alcanzan el grado de sugerencia que nos ofrece esa palabra, que al parecer es india y que significa exactamente "agua corriendo lentamente por la llanura".

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Tanto tiempo sin escribir...Me pregunto por el motivo y no tardo mucho en contestarme: la lectura de algunos grandes libros en estos meses. Grandes no por el tamaño, entiéndaseme, sino por el contenido. Para qué escribir cuando se lee a Tolstoi, Rybeiro y algunos otros. Los diarios del primero y las Prosas apátridas del segundo son de lo mejor que he leído en muchos meses. Luego uno va haciendo tiempo con otras lecturas más o menos escogidas, y así hasta volver a dar con otro libro imprescindible.
                                                                            
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Deben pensar que somos idiotas. Aunque quizá muchos lo seamos, no digo que no. No logro entender que la gente no se una para salir a la calle y exigir la dimisión en bloque de la clase política española. Mentirosos cuando no cínicos, aprovechados, demagogos...Y con una oratoria (vamos a llamarla así) hecha de lugares comunes y eufemismos patéticos; es decir, manipuladora. Fuera una Transición o una Transacción, aquella época de los Carrillo, Suárez, González y compañía se nos antoja como una Edad de Oro de la Política, comparada con la actual.

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Voy a la Fundación Mapfre para ver la exposición de Imoge Cunningham (mítico retrato de Frida Kahlo), y siento a flor de piel (sí, uno de esos dias) la contradicción, diríamos el oxímoron, de tener que pasar por tropecientas tiendas de ese no-lugar denominado centro comercial para encontrarla.

                                                                               ...
                                                                           
Se busca hipocorístico para una corista que quita el hipo.

martes, 31 de enero de 2012

Apuntes (3, e basta)

¿Por qué nos cansa lo repetitivo, salvo cuando éramos niños? Basta con pensar en el título de estos fragmentos de vida, en donde sólo cambia el número.


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Tiempo de mudanza. Que también se repite, aunque cada mudanza sea distinta. Siento cansancio, pero también sé que disfrutaré desechando lo superfluo y empaquetando algunas cosas que van conmigo desde siempre.

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Le Havre, de Kaurismäki. De este finlandés me gusta todo lo que he visto, incluido su (evidentemente, para mí) exótico apellido. Planos largos, personas derrotadas y al mismo tiempo esperanzadas (un oxímoron cinematográfico, podríamos decir), el alcohol, la soledad y porqué no, la ternura. Vuelvo a ver Luces al atardecer y Nubes pasajeras. Encantadoras, en el sentido de implicar y atrapar totalmente al espectador en sus historias. Y recuerdo la kaurismätica participación en Night on Earth, donde también salía aquel capítulo de un sobrevalorado clown llamado Roberto Begnini.




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Compro Old Ideas, el último cd del gran Leonard Cohen, ese músico amado por cuarentones depresivos (en famosa frase del amigo de O.). Mientras llego a casa, experimento la misma sensación de felicidad de cuando era adolescente y conseguía algún vinilo ansiado. Enciendo velas, me tumbo en el sofá, y me dejo mecer por el blues lento del canadiense. Si me pusiera estupendo, diría que vivo una epifanía. Si no, diría simplemente que me encandila.



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"Mehr Licht!" ("¡Más luz!"), dicen que dijo Goethe poco antes de morir. Se non è vero...El caso es que visité su casa en Weimar y contemplé el sillón desde donde pudo decir esas pocas y sustanciosas palabras. Y juro que me sentí iluminado.

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Detesto los funerales. No los entiendo. Si el cura o equivalente se enrolla mucho, pienso en mis cosas (y si no lo hace, también). Pero desde hace algún tiempo, asisto a ellos si me une un vínculo emocional con los que quedan, que como todo el mundo sabe son los que de verdad sufren.

Si muero, unos gin-tonics para los amigos y música de fondo para cuarentones depresivos. Ese es mi testamento.

lunes, 9 de enero de 2012

Apuntes (2)

Nunca fue más cierto aquello de que preparar el viaje es ya una forma de viajar. Un apartamento reservado en Bérgamo, excursiones previstas a los lagos del norte, admirar por fin il Cenacolo de Leonardo y asombrarse con el Duomo milanés, por no hablar de las bondades de la cocina italiana...Y no. Viaje cancelado. Pero que me quiten lo bailao (aunque el baile haya transcurrido en mi imaginación).



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No aspiro a mucho:
quitarme los zapatos
y leer al sol
(haiku benidormí)



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En el libro de Jaime Jaramillo titulado "Método rápido y fácil para ser poeta": el buen poema es un vómito de piedras preciosas.

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Desde los tiempos del bodrio aquel de Glauber Rocha no había visto una película tan lamentable como la última de Lars von Triers. Hablo de "Melancholia". Pretenciosa, inverosimil, absurda. Me va a pasar como con Almodóvar, del que ya sólo vuelvo a ver alguna película de hace años, antes de que se echara a perder. Y no es sólo por hacer caso a Carlos Boyero...


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Veo en las noticias las imágenes del crucero encallado frente a las costas de la isla de Giglio y pienso en una ballena varada. Y claro, el capitán italiano poco tiene que ver con Ahab, el mítico perseguidor de Moby Dick, sino con lo más hortera, estúpido y absurdo que anida en la condición humana.


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Advertencia (que suscribo sin fisuras) en las fichas de las películas proyectadas en los valencianos cines Babel: "Está prohibido entrar comida o bebida en las salas de proyección, en beneficio de los espectadores y por respeto a los autores de las películas". Impecable.

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Apuntes para una mitología personal: No somos tan sólo adoradores de Ra; también nos postramos antes Kairós, ese dios inasible (¿Y qué dios no lo es?) del momento oportuno.