C. ya adelantó que no era buena la idea de hacerse 333 kilómetros en coche para ver la Medea de Blanca Portillo. Pero qué queréis, uno tiene sus debilidades. A BP la descubrí en "La hija del aire" adaptada por Lavelli, donde construyó una Semíramis superlativa entre actores/actrices perfectamente olvidables. Una de las poquísimas veces que me he levantado de la butaca para aplaudir, silbar, y lo que hiciera falta. Y desde entonces le sigo la pista, excepto en lo que atañe a las series de televisión españolas que por lo general me hacen bostezar.
En fin, que saqué entradas para ver a mi amada actriz en el Festival de Teatro Clásico de Mérida, pensando que si no me gustaba la obra siempre podía admirar el maravilloso anfiteatro y degustar a la salida los ibéricos de escándalo que sirven en El Yantar, bar-restaurante situado justo enfrente y este año además con terraza.
¿Que si me gustó, la portillana Medea? Como dicen los alemanes, jain. O sea, que ni sí ni no, que más o menos, que ni fu ni fa. Esperaba más, quizá otra actuación divina de la Portillo; pero entiendo que es humana y por ello no puede ser siempre sublime. La puesta en escena resulta interesante, aunque un exceso de moderneces innecesarias tipo coche-con-caravana recorriendo el escenario de un lado a otro acaba cansando. El descubrimiento esta vez fue Asier Etxeandía, que borda un Quirón sacado de la manga panduriana, conmovedor y sugerente.
Nada que objetar en cuanto al márketing; todos los medios hicieron críticas estupendísimas de la obra, cuando no era -ni mucho menos- para tanto. Haro Tecglen, que estás en los cielos...