viernes, 12 de agosto de 2011

Amo luego existo

Ya sé que es un género con poco lustre en estos pagos hispánicos nuestros, pero a mi me han gustado siempre las biografías. De personajes célebres, o no tanto.

Ahora estoy con un libro de Manuel Cruz que conjuga biografía y ensayo para explicarnos cual pudo ser la visión del amor en filósofos como Platón, Agustín de Hipona, Spinoza o Hanna Arendt, y también en otro personal que también tenía en alguna medida la funesta manía de pensar (y/o de escribir).


Así, Abelardo y Eloísa. Escenario: Francia, siglo XII, ergo Edad Media: él, guapo, eclesial, filósofo, creidillo. Ella: hermosa, inteligente, generosa. Arteramente, él consigue ser el preceptor de ella. La transmisión del conocimiento teórico pasará pronto a un segundo plano ("Mis manos se dirigirán más a sus pechos que a los libros", dice Abelardo). Una historia de amor fou (aunque entonces no se sabía que si el amor no es fu, entonces como que ni fu ni fa), pasional, irracional. Lo nunca visto hasta ese momento (luego, Romeo y Julieta). Tienen un hijo y se acaban separando; ella abrazará la vida monástica aunque nunca renegará de aquella historia de amor tan corpórea.

Luego está lo de Nietzsche-Lou A. Salomé-Paul Rée: aquel triángulo amoroso que pudo haber sido, pero no. Los dos amigos amaban a la extraordinaria Salomé (aunque es bastante probable que el neurótico autor de Así habló Zaratrusta en realidad amara solo al amor); pero esta rompecorazones de origen ruso quiso permanecer siempre independiente, en lo material y lo afectivo. Helos todos ahí en la foto que acompaña esta entrada; y préstese especial atención no sólo a quienes tiran del carro, sino a la simbólica fusta que porta Mme. Salomé.


No menos llamativo es el caso del binomio Sartre/Beauvoir: paradigma del compromiso en la esfera pública, parece que en lo privado tenían montado un tinglado que no entendían ni ellos mismos: no sólo libertad absoluta en la actividad sexual de cada cual, sino que la Beauvoir le pasaba amantes propias a Sartre. A mi me parece que eso se llama proxenetismo (o casi), y en todo caso nos hace cuestionarnos aquella imagen de feminista avant la lettre que entonces y después perduró en el imaginario occidental.


En fin, que todo este tema del amor seguirá dando que hablar y que pensar hasta que se extinga la especie humana. Por mi parte, concluiré esta entrada con aquella verdad poética que nos dejó en herencia Miguel Hernández: Sólo quien ama vuela.
















martes, 9 de agosto de 2011

De tumbas y epitafios

Igual ya escribí sobre este tema hace unos cuantos posts. O no. En todo caso me apetece hacerlo ahora, a ver si me va a sorprender antes la Parca y me deja sin tiempo para esta y otras cosas. Y sin epitafio.

Aunque ya veo a alguno diciendo aquello que le dijeron a O. sobre la música de Leonard Cohen: "Eso es para cuarentones depresivos". Pues será, solo que a mi me lleva ocurriendo desde los 20 años, cuando visité el cementerio judío de Praga.


Y sí, a uno en sus viajes le gusta visitar mercados y cementerios, símbolos paradigmáticos de vida y muerte. En el viaje a Jerusalén, había un inmenso cementerio a la vista en el lado del Monte de los Olivos, poblado por judíos, cristianos y musulmanes (quienes sólo así pueden convivir en paz, al parecer): el valle de Josafat del final de los tiempos. Y visitamos también el vitalista y colorido mercado de Mahane Yehuda.


No sabemos si al escritor holandés Cees Noteboom le gustan los mercados, pero a tenor de su libro "Tumbas de poetas y pensadores" podemos colegir que al menos sí le van los cementerios. O puede que sólo ciertas tumbas, las de los colegas a los que admira. Algunos de los epitafios que comenta son curiosos, otros especialmente hermosos. Espigando aquí y allá, nos quedaríamos con el de Keats, que comparte tumba en el Cimitero Accatolico de Roma junto a Shelley y los hijos de Goethe y Von Humboldt: Aquí yace un poeta cuyo nombre fue escrito en agua. O con el ya famoso de Borges, en el cementerio de Ginebra: And ne forthedon na (Y no temas). Shakespeare sorprende (o no tanto) con el suyo: Maldito sea quien remueva mi lápida. T.S. Elliot, en una breve lección de metafísica, resume: En mi principio está mi fin. En mi fin está mi principio. Y como no podía ser de otra forma, Chateaubriand (el de las Memorias de otras tumbas más ultras) comienza de forma egótica, pero lo acaba arreglando: Un gran escritor francés ha querido reposar aquí, para no oir más que el viento y el mar.


En fin, que también las lápidas y epitafios reflejan la personalidad de sus moradores. Y en este sentido, nada tan didáctico como las Instrucciones de Arthur Schnitzler escritas hace casi un siglo:



¡Punzada en el corazón!
¡Nada de coronas!
¡Nada de esquelas mortuorias! ¡Ni en los periódicos!
Entierro de tercera.
El dinero que se ahorra siguiendo estas instrucciones
se dedicará a hospitales.
¡Nada de discursos! Evitar todo accesorio ritual.
(En especial velatorios y esas cosas).
Que no se lleve luto por mi muerte, ninguno en
absoluto.

lunes, 1 de agosto de 2011

Jerusalén está fundada...

Así comenzaba una de las estrofas que cantábamos en misa; estrofas de canciones cuya letra no entendíamos (más o menos como la religión que la sustentaba), y que seguimos recordando casi al completo vaya Vd. a saber porqué (ya podríamos recordar la trigonometría o la tabla periódica, digo yo).


Nosotros preferimos canturrear la canción de Drexler con toque Ferlosio ("Yo soy un moro judío, que vive entre los cristianos...") y completar nuestro vago conocimiento de la realidad israelí con dos libros estupendos, "Las tribus de Israel" de Ana Carbajosa, e "Israel", de Alberto Masegosa. Ambos con prólogo del gran Enric González.


El caso es que vete tú a saber quién fundó Jerusalén, si el rey David o Godofredo de Bouillon. Aunque sí que sabemos lo que hemos visto: que además del impresionante pasado histórico que luce la ciudad dorada en forma de no pocos vestigios (otra cosa es la versión colorista que de ellos dan cada uno de los credos), en los dominios jerosolimitanos se encuentra una mezcla apabullante de etnias y creencias, como pocas veces hemos visto en otros lugares del mundo. Judíos askenazíes, mizrajíes, etíopes o rusos; judíos árabes; israelíes laicos nacional-sionistas; árabes musulmanes o cristianos. Armenios, yemeníes, estadounidenses, magrebíes...La locura. En todo caso, no nos dio la sensación de enfrentamiento entre ellos; si no fuera por la presencia continua y ubicua de los soldados israelíes, se diría que la convivencia es más que pacífica. Claro que luego te das cuenta de la realidad: no hay apenas convivencia entre ellos, en especial entre los grandes grupos (judíos, musulmanes, cristianos). Es simplemente que están condenados a vivir (al menos de momento), juntos.


(Aviso para navegantes: Jerusalén la dorada no es -en contra de lo que piensa algún ex-embajador israelí en España- la capital política de Israel. Bueno sí, lo es...para el propio Estado de...Israel. Ningún otro país la reconoce como tal. Ni siquiera, que se sepa, el amigo americano).


En todo caso, Israel es más que Jerusalén: es Massada, símbolo de la opresión de los romanos contra los judíos zelotes, cuyos descendientes aplican ahora la misma medicina al vecino palestino. Nos contaron que hasta hace poco, todos los soldados israelíes pasaban por ahí para imbuirse de las esencias nacional-sionistas y poder defender su tierra con mayor..zelo. Es también el Mar Muerto de nuestra infancia (me refiero al "Dime dónde está", del que se nos quedó grabada la imagen del tipo aquel leyendo el periódico mientras se daba un baño en aquellas aguas mortecinas). Y es Tel-Aviv, la ciudad tres veces profana y sus indignados acampando en protesta por el precio de la vivienda en plena Avenida Rotschild (nota del editor: una semana después, manifestación de 200.000 telavivis por este mismo tema).



Y en fin, Israel, es muchas cosas más que quizá descubramos en un próximo viaje. Aunque ya tengamos un destino favorito al que poder apelar a través la frase esperanzada de la diáspora judía, "El año que viene, en Jerusalén"...