domingo, 18 de abril de 2010

Irrealidad

Se lo preguntaba Paul Watzlawick hace ya algún tiempo: "¿Es real la realidad?". Pues bien, últimamente yo la veo bastante irreal. Veamos porqué.

Primera sensación de irrealidad: cómodamente instalado en el maravilloso plateresco del Hospital de León, me agencio un periódico cualquiera para el desayuno, y leo en portada que el avión que transportaba a la plana mayor polaca para asistir a los actos de conmemoración de la tragedia de Katyn se ha estrellado. Vuelvo a leer el titular. Luego, ansiosamente, la noticia. Parece irreal. Hace casi 70 años, 22.000 oficiales polacos morían asesinados a manos de Stalin y sus secuaces. Como ocurrió antes con el genocidio armenio y la negación del Kurdistán, y después con la invasión china de Tibet, el agresor (en este caso, Rusia) nunca reconoció abiertamente su culpa. Pero esa es otra historia; la de ahora va de que yo me sentía (des)instalado en una difícil irrealidad.
Segunda sensación de irrealidad: de nuevo en el desayuno, y también en el periódico, leo lo del volcán islandés de nombre impronunciable. Ninguna pérdida humana, pero media Europa paralizada. Miles de vuelos cancelados (me cuenta mi hermana que Q. se ha quedado colgao en Londres, y que cada día es una lucha por alcanzar alguna etapa hacia el sur; ayer Paris, luego Burdeos, quizá mañana Madrid; M. por su parte no puede volar a Riga, aunque sospecho que tampoco le importa). Lo leo y no lo creo, o mejor dicho lo creo pero me parece irreal.
No es ya que la realidad supere a la ficción como proveedora de argumentos. Es que, sencillamente, la realidad es a veces irreal. Aunque también puede ocurrir lo contrario: vas a ver "Les 7 doigts de la main" en el Price sin demasiadas expectativas, pero asistes a un espectáculo bellísisimo y percibes que, aunque lo que ocurra en el escenario pertenezca a los dominios del sueño, tú lo vives como una realidad. Que además te deja con la boca abierta.

lunes, 5 de abril de 2010

De la cosa mortuoria

A veces uno no sabe de qué escribir. Parece que ya está todo dicho, o casi. Y de repente, el bloggero recibe un soplo cómplice (en este caso, de C.): Lee esta esquela.

Que conste que yo soy más de lápidas que de esquelas. Dan más juego. Basta con recordar -aunque le haya sido falsamente atribuida- la archiconocida de Groucho Marx ("Perdonen que no me levante"), la de Billy Wilder ("I'm a writer, but then nobody is perfect") o la de Pancracio Juvenales ("Buen esposo. Buen padre. Mal electricista casero"). Por su parte, las esquelas tienden a la seriedad o lo que es peor, a la solemnidad.

Pero hete aquí (qué rayos querrá decir hete aquí) que leo la esquela de marras y decido simplemente transcribirla, porque cualquier cosa que añada será inferior al original:


"En el XVI Aniversario de la muerte de ELENA LUPIÁÑEZ SALANOVA:

Elenita:

Pese a que tus hijos, Boris y Yuri, transitan por la fantástica 5ª calle Mayor de las Ramblas Corrientes de Alexander Nevsky, sita en Saint Germain des Prés y por donde discurre el mundo, no se van de casa ni con agua caliente. Yo debería estar instalado en el lamento, pero a fuer de verdad, no soy partidario de encender la caldera.

JL Casaus"