Decía P., la madre de C., que quizá éste blog peca de frío. Que le falta sentimiento, vaya. Puede ser; pero digo yo que la poesía necesita de otros espacios, no de este. No podría airearla en público, aunque parece que quien lee estas ocurrencias es gente -anónima, o eso dicen- muy cercana. Ni aún así.
Hablando de poesía, la que hace el mexicano J. E. Pacheco. Dura, sugerente, exacta. Pero también la de A., la hija de mi muy querido C. (aún en la distancia), que me envió unas líneas preciosas. Sé que A. dará en artista -ya ha hecho sus pinitos-, y algo de artístico, de emocionante, tenía su corto mensaje. Aunque quizá ella no lo sepa.
También me emocionó, pero negativamente, lo que vi y escuché hace unos días. Bajé a un cibercafé con fondo de discoteca a grabar unas cosas para la universidad. Unas cosas de voz, quiero decir. Le dije al peruano (creo que lo era) que bajara la música, y me puso cara de acelga (gracias por el hallazgo, P.). Pero la bajó. Él estaba de palique con una pobre mujer (aunque más que palique ahí había un monólogo: el suyo), cuando entró un paki que vendía flores. El peruano le dijo a gritos que se fuera, que a ver si no se había dado cuenta que "estaba en plena conversación". No es la primera vez que veo a un inmigrante portándose como el peor de los racistas con otro inmigrante. Pero esta vez fue tremendo. Cuando me fui le miré despectivamente, pero dudo que le importara mucho. Los imbéciles, independientemente de su nacionalidad, no atienden de sutilezas.