Fuimos a la FNAC a mirar discos y libros. Estaba lleno de gente. Para mi sorpresa, habían montado unas cuantas mesas destinadas a que algunos autores, en una especie de Feria del Libro navideña y reducida, firmaran los libros que los lectores (un suponer) les presentaran. Reconocí a Pilar Urbano, Giralt, Javier Moro, Rafael Reig (el único que sonreía) y Alberto Olmos. Juro que durante el rato en el que estuve espiándoles, quizá media hora, no vi a nadie que se les acercara. Sin embargo, no menos de treinta personas hacían paciente cola para que les firmara su ejemplar Quino, el dibujante. En conjunto, una escena sorprendente y clarificadora.
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Aprender, a la manera de Montaigne, a no hacer nada sin alegría.
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Best-seller: dícese del adjetivo inglés y extraliterario que se ha convertido, por obra y gracia del marketing pseudocultural, en todo un género literario.
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La felicidad en los días navideños consiste en, más que nunca, quedarse en casa leyendo un buen libro o, porqué no, escribiendo estos apuntes.
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Aunque hace ya mucho tiempo que desistí de estar en todas partes al mismo tiempo, no me resisto a copiar aquí los versos de Saint-Vicent que acabo de leer con envidia y frustración:
Quemo la vela por los dos extremos
No llegará a terminar la noche
Pero oh mis enemigos oh mis amigos
Da una luz adorable
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Quizá el buen lector se distingue no por los libros que ha leído -eso es lo que nos habían dicho-, sino más bien por aquellos que ha dejado de leer.
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Que el corazón de una ciudad de varios millones de habitantes se quede paralizado porque las autoridades municipales permitan organizar una misa multitudinaria en pleno centro (¡y en día laborable, con la que está cayendo!) da que pensar. Y lo peor de todo es que, si se te ocurre comentarlo, siempre habrá alguien que te tache de antirreligioso o incluso de antidemócrata. Es el mundo al revés, que diría Galeano.