viernes, 30 de julio de 2010

Felliniana

Exposición de fotografías sobre el mundo felliniano en el CaixaForum de Madrid. Fellini, autor de algunas de las películas inolvidables que guarda nuestra memoria: La dolce vita, Otto e mezzo, Amarcord, Casanova. Hay imágenes muy potentes en todas ellas.


A la salida, en la tienda, compro I Vitelloni, aquí traducido un poco precipitadamente -es decir, como casi siempre- por Los inútiles. Yo creo que hubiera quedado mejor Los holgazanes, título que por otra parte se aproxima más a la esencia de la película: un grupo de cinco amigos bartlebianos ya crecidos y sin ganas de abandonar el nido, de los del preferiría no hacerlo solo que con el añadido del gusto por lo sensual. Y sí, son vividores, pero del sector patéticos.


Fellini comenzó su carrera como caricaturista, lo que le ayudó a convertirse en un observador implacable de las costumbres de sus paisanos desde un un particularísimo sentido del humor. Hizo películas, y siguió dibujando. Se sintió atraído por Jung -no es de extrañar, con ese mundo onírico tan poderoso- y en ese proceso de autodescubrimiento llenó hojas enteras de dibujos que reproducían sus sueños. Un sueño, un dibujo. Y con tales dibujos, tales películas, diría uno.


Resulta inevitable hablar de Fellini sin hacer referencia a Mastroianni, de quien se dijo que era el alter ego del director, lo que quizá sea una exageración aunque sí que es posible que resultaran complementarios. Hay una divertida foto de los dos con un látigo en la mano que habla bien de aquella compenetración.


Y en fin, sirvan estas ocurrencias como un pequeño homenaje al tipo que me hizo pasar algunas horas maravillosas frente a la pantalla.

lunes, 26 de julio de 2010

El Hierro


El Hierro, la más pequeña, meridional y joven de las Islas Afortunadas. En todo caso, un viaje deseado durante mucho tiempo.

Una vez llegados por cortesía de Binter (y bien que se paga), lo primero que llama la atención es la orografía; la isla en seguida se convierte en una cuesta interminable, en la que apenas queda sitio para llanuras: no empero es una de las islas proporcionalmente más altas del mundo. Hay también muchos barrancos, riscos, roques. Añadiré la perogrullada de que la isla está rodeada de mar; pero con esa peculiar orografía resulta que, dependiendo de la parte de la isla donde uno se encuentre, el mar puede estar como una balsa, pasar al siguiente nivel (picado) o contener un más que respetable oleaje. Y es fácil colegir en qué parte se encontraba un servidor (al menos unas horas al día) si se conoce su infantil querencia por las olas.


Conocíamos algo de la isla por el relato de JM. Otros hitos los descubrimos nosotros: el árbol santo del Garoé del que mana milagrosamente el agua; el meridiano O, que marcó el fin del mundo conocido hasta el descubrimiento de América; el bosque de sabinas retorcidas hasta lo indecible (ver foto); la cultura bimbache (cuya música han intentado fusionar con el jazz a través de una cosa llamada Bimbache open Art); las pozas de baño salado...Y también hablamos de asuntos más pedrestres con los herreños, acompañados de una Dorada (mejor la especial) o por el vino local (mejor el blanco que el tinto).


Me dio la impresión de que ahí, en esa tierra tradicional de emigrantes, también se da el racismo y/o la xenofobia: así, aquellos comentarios de la propietaria del bar aquel en La Calcosa sobre venezolanos y ecuatorianos. Pero también percibimos ese como orgullo de ser hijos de la mar, machadianamente.




























martes, 13 de julio de 2010

Suicidios acuáticos

Alfonsina Storni, enferma de cáncer, se interna lentamente en las aguas atlánticas del Mar de Plata y desaparece para siempre. Sus últimos versos (muy tangueros, por cierto) se publicarán, junto a la necrológica, en La Nación de Buenos Aires:

Ah, un encargo.
Si él llama nuevamente por teléfono,
le dices que no insista, que he salido.


Yo nunca pienso en el suicidio, excepto cuando imagino que sólo quedan libros en la tierra escritos por Juan Manuel de Prada o por Sánchez-Dragó. Entonces pienso en acabar conmigo mismo, de la forma más rápida posible.

Tengo un gran respeto por la eutanasia y desde luego por los suicidas (ya veo a VF riéndose de mi querencia por la cosa mortuoria), y más si son acuáticos. Y no sólo por el acto en sí, muchas veces valiente además de desesperado; sino también porque constituye todo un legado estético (y desde Machado sabemos que a la ética se llega por la estética). Así, Virginia Woolf hundiéndose en el río con los bolsillos llenos de piedras, o Ángel Ganivet tirándose repetidamente a las heladas aguas del Daugava hasta no poder emerger ya nunca más.

Sirvan los hermosos versos del gran poeta mexicano Jose Emilio Pacheco de homenaje a todos los suicidas acuáticos:

El tiempo que destruye todas las cosas
ya nada puede contra su hermosura.
Ya tiene para siempre veintidós años.
Ya se ha vuelto corales, musgo marino.
Ya es ola que ilumina a la tierra entera.