Exposición de fotografías sobre el mundo felliniano en el CaixaForum de Madrid. Fellini, autor de algunas de las películas inolvidables que guarda nuestra memoria: La dolce vita, Otto e mezzo, Amarcord, Casanova. Hay imágenes muy potentes en todas ellas.
A la salida, en la tienda, compro I Vitelloni, aquí traducido un poco precipitadamente -es decir, como casi siempre- por Los inútiles. Yo creo que hubiera quedado mejor Los holgazanes, título que por otra parte se aproxima más a la esencia de la película: un grupo de cinco amigos bartlebianos ya crecidos y sin ganas de abandonar el nido, de los del preferiría no hacerlo solo que con el añadido del gusto por lo sensual. Y sí, son vividores, pero del sector patéticos.
Fellini comenzó su carrera como caricaturista, lo que le ayudó a convertirse en un observador implacable de las costumbres de sus paisanos desde un un particularísimo sentido del humor. Hizo películas, y siguió dibujando. Se sintió atraído por Jung -no es de extrañar, con ese mundo onírico tan poderoso- y en ese proceso de autodescubrimiento llenó hojas enteras de dibujos que reproducían sus sueños. Un sueño, un dibujo. Y con tales dibujos, tales películas, diría uno.
Resulta inevitable hablar de Fellini sin hacer referencia a Mastroianni, de quien se dijo que era el alter ego del director, lo que quizá sea una exageración aunque sí que es posible que resultaran complementarios. Hay una divertida foto de los dos con un látigo en la mano que habla bien de aquella compenetración.
Y en fin, sirvan estas ocurrencias como un pequeño homenaje al tipo que me hizo pasar algunas horas maravillosas frente a la pantalla.