Semos el país de los mejores en todo, y ay de ti como se te ocurra negarlo; que si la roja (y a las primeras de cambio nos zumban los suizos); que si la comida (oído a un grupo de turistas
ehpañoles en Praga: "
donde esté un buen pincho de tortilla que se quite lo demás"); que si nuestras playas, linces ibéricos, zapatos, cervantes, gambas a la plancha...
La lista es interminable. A mí el hecho en sí me parece incluso tierno, porque en el fondo denota que somos unos acomplejados.
Una variante de este rasgo tan nuestro es pensar que a lo que nosotros nos gusta debe dársele también rango objetivo y público de inmejorable: nuestro escritor favorito, aquella película, o las croquetas de mi madre; ay de ti como no reconozcas que son las mejores.
A mi no me parece mal todo esto -ya digo, me despierta un poco de ternura-, pero me toca las narices cuando el comentario se cubre de solemnidad y de academicismo casposo.
Así las cosas, leo en una placa de la Universidad Carlos III en Leganés que el edificio está dedicado a Juan Benet, "el mejor escritor, en su faceta de novelista y ensayista, de la segunda mitad del siglo XX". ¡Toma ya!. Nos gustaría conocer al cráneo privilegiado autor de la ocurrencia y decirle que una cosa es lo que le guste a él (y por supuesto, le puede gustar el coñazo del Benet, o hasta el mismo Dan Brown), y otra bien distinta es tener la jeta de escribir esa especie de verdad absoluta que pocos podrán discutir, porque nadie (o casi nadie) leyó jamás a Benet, y el que lo hizo cabalmente nunca se atrevería a afirmar cosa semejante. Salvo Javier Marías, claro.