lunes, 18 de julio de 2011

El espejo del mar

El título de esta entrada lo tomo de un oportuno regalo de O.: The mirror of the sea, una compilación de textos sobre el mar del gran Joseph Conrad, vertido al español por Javier Marías (quien por cierto asegura en el prólogo que ha sido el libro que más le ha costado traducir, debido a la gran cantidad de expresiones y términos náuticos desconocidos para él -y para casi todo el mundo, cabría añadir-). No sabría decir si me hubiera o hubiese gustado leer el libro antes de irme en velero por las Baleares o, como en realidad ha ocurrido, hacerlo después del viaje. En todo caso, el caballero inglés que antes fue polaco y que se pasó 20 años seguidos surcando las aguas saladas del universo mundo muestra en todo momento su preferencia por el Mare Nostrum:

"Dichoso aquel que, como Ulises, ha hecho un viaje aventurero; y para viajes aventureros no hay mar como el Mediterráneo, el mar interior que los antiguos encontraban tan inmenso y tan lleno de prodigios".


Remedando a Conrad, cualquier viaje no organizado tendrá con seguridad su componente aventurero. Así, y aunque a nosotros no se nos aparecieran las sirenas, la maga Circe o las terribles Escila y Caribdis (entre otras cosas porque se encuentran más bien en Sicilia, a la altura del Estrecho de Messina, mientras que nuestra travesía comprendía sólo Formentera e Ibiza), encontramos durante el trayecto numerosos prodigios naturales (no pocas calas y ensenadas, además de todo tipo de fauna marina que incluyó la simpática visita de unos delfines); pero también otro tipo de prodigios digamos más artesanales (ese arròs al peix en Cala D'Hort o unos mojitos sensacionales en un garito chill out de cuyo nombre no pude ni puedo acordarme, precisamente debido a...La abundante ingesta de mojitos).


Dadle un poco de palique (y un poco de alcohol) a un patrón de barco con pintas de lobo de mar y preparaos para un monólogo en el que cabrán decenas de anécdotas. Algunas las escucharéis con gusto (quizá las primeras, como la del bautizo nominal de Pérez Reverte a cierta fauna náutica y dominguera: los pijoyates), pero creedme si os digo que acabaréis por desear que se busque otro auditorio y os deje de una vez contemplar las estrellas en silencio.


Y en fin, que no sé si habrá alguien a quien no le guste sentir la brisa marina como una caricia, volar por encima del mar a vela abierta, atisbar ilusionado con los prismáticos una isla o bañarse en aguas verdeazuladas y transparentes (y ese baño mejor desnudos, como los hijos de la mar). Si fuera ese el caso, un viaje en velero no será la mejor opción...