¿Cómo se imagina uno Manchester, antes de ir? Grisácea, fabril, con historia (aunque sea industrial). ¿Y cómo es Manchester, en realidad? Pues justamente eso. Lo que no quiere decir que no tenga encanto: los edificios de Whitworth street; la biblioteca de John Rylands y la de Chetham's, el museo de Liebeskind o el que nos habla de sufragistas y sindicatos.
Lo siento por los fumboleros, pero no visité Old Trafford. Eso sí, palpé el pulso balompédico de la ciudad, donde uno de cada dos mancunians paseaba con una bufanda o un jersey de su equipo dilecto.
Lo siento por los fumboleros, pero no visité Old Trafford. Eso sí, palpé el pulso balompédico de la ciudad, donde uno de cada dos mancunians paseaba con una bufanda o un jersey de su equipo dilecto.
Por las tardes, cualquier restaurante de Chinatown. Y admirar la mezcla de orientales, anglosajones (maybe WASP's) y latinos comiendo con palillos, mientras una camarera te agradecía que te llevaras la comida sobrante, porque cada grano de arroz is like a drop of sweat.
Y como colofón (qué rayos querrá decir colofón), la cena en un indio de Sheffield con la animosa C. y los tres escoceses, bien regada de pintas y vino. Como es bien sabido, el alcohol ayuda a soltar las lenguas, y por simpatía seguramente también los idiomas: yo creí entenderles perfectamente. A la vuelta, ya en el tren, una de esas escenas memorables: el chico que parecía un elfo y su cubo de Rubik. Brian alentándole para que lo completara en el menor tiempo posible. Y allí, acompañado de su pareja y de la madre de esta (que parecía no pasar de los 30), nervioso y concentrado, el elfo que inspiraba toda la ternura del mundo bajó de los dos minutos treinta.