lunes, 29 de marzo de 2010

Manchesteriana

¿Cómo se imagina uno Manchester, antes de ir? Grisácea, fabril, con historia (aunque sea industrial). ¿Y cómo es Manchester, en realidad? Pues justamente eso. Lo que no quiere decir que no tenga encanto: los edificios de Whitworth street; la biblioteca de John Rylands y la de Chetham's, el museo de Liebeskind o el que nos habla de sufragistas y sindicatos.

Lo siento por los fumboleros, pero no visité Old Trafford. Eso sí, palpé el pulso balompédico de la ciudad, donde uno de cada dos mancunians paseaba con una bufanda o un jersey de su equipo dilecto.

Por las tardes, cualquier restaurante de Chinatown. Y admirar la mezcla de orientales, anglosajones (maybe WASP's) y latinos comiendo con palillos, mientras una camarera te agradecía que te llevaras la comida sobrante, porque cada grano de arroz is like a drop of sweat.

Y como colofón (qué rayos querrá decir colofón), la cena en un indio de Sheffield con la animosa C. y los tres escoceses, bien regada de pintas y vino. Como es bien sabido, el alcohol ayuda a soltar las lenguas, y por simpatía seguramente también los idiomas: yo creí entenderles perfectamente. A la vuelta, ya en el tren, una de esas escenas memorables: el chico que parecía un elfo y su cubo de Rubik. Brian alentándole para que lo completara en el menor tiempo posible. Y allí, acompañado de su pareja y de la madre de esta (que parecía no pasar de los 30), nervioso y concentrado, el elfo que inspiraba toda la ternura del mundo bajó de los dos minutos treinta.

martes, 9 de marzo de 2010

Minicrónica personal sobre los Oscar

Aunque la ceremonia de entrega de los Oscar suele ser tediosa (para que luego digan de los Goya. Este año, en todo caso, se superó con Buenafuente), no se le puede negar ni el glamour ni la mitografía que lleva aparejada. Un servidor, aunque no lo llegó a ver se tragó luego, eso sí, todos los resúmenes para ver cómo había ido la cosa.

Parece que esta vez se hizo algo más de justicia. Que la película esa del Patatar se haya llevado menos premios de los previstos nos llena de satisfacción; con haber visto media película en vez de los 150 minutos que dura hubiera tenido suficiente. Que su muy atractiva ex-mujer (¿58 años? ¿De verdad? ¿Cómo lo hace?) acapare unas cuantas estatuillas y sobre todo la de mejor película, nos parece estupendo. Que el Oscar a la mejor película extranjera sea para El secreto de sus ojos (ese título sonó con acento inglés en boca de Almodóvar, qué cosas) está muy bien, aunque también podía haber sido para Das Weisse Band de Hanecke, una película que ya se ha convertido en un clásico. Y que de los Bastardos tarantinianos se hayan acordado poco nos parece justo y necesario; sólo se llevó el premio -eso sí, merecidísimamente- el grandioso Christopher Waltz. Por cierto que cuando subió a recoger la estatuilla de manos de nuestra Penélope vimos en su mirada más que agradecimiento, arrobamiento.

Aunque Precious me decepcionó, sin haber visto a la Cruz en Nine me atrevo a afirmar que Mo'Nique amerita con creces el Oscar. Y de Up qué decir, sólo por la primera media hora merece estar entre las grandes. De lo de la Bullock no opino porque no he visto la película; pero sí decir que la tipa me resulta insufrible. Y para terminar, tengo pendiente ir a ver a Jeff Bridges aunque la canción country me de urticaria.